Revista Debate // 17-03-10 // Un extraño cambio de roles

Publicado en por Opiniones Creadas

Por Luis Tonelli

Los límites del consenso opositor y los deseos imaginarios de cogobiernoLos opositores políticos al gobierno de Cristina Fernández han pagado caro el haberse creído un eslogan que les fue muy exitoso electoralmente, pero que es imposible llevar a la práctica efectiva en un sistema presidencialista: eso de que si ganaba en las elecciones legislativas iba a arrebatarle las riendas al Gobierno; o, por lo menos, que iba a cogobernar, obligando al kirchnerismo a aceptar sus propuestas.

Lo que los llevó a colocarse en la extraña obligación, para un opositor, de juntar quórum, de armar mayorías proactivas en el Congreso, de proponer políticas y de buscar el apoyo para imponerlas. Como si ya fueran gobierno, cuando podrían ahorrarse toda esa energía para el caso eventual en el que la ciudadanía entronizara a alguna fracción opositora en la Presidencia.
Más aún, cuando la oposición es sólo una convención para denominar a una pléyade variopinta de expresiones egóticas.
Se dirá, con algo de razón, que también lo es el kirchnerismo, con la pequeña diferencia de que éste tiene una jefatura y recursos y vocación para el mando, cosas de las que hoy carecen los opositores.
Eso no significa que un gobierno en minoría debe gobernar solo, como lo ha intentado con riesgo suicida el kirchnerismo, pero sí atender cada uno, gobierno y oposición, a su juego.
La iniciativa de gobierno debe pasar por la Presidencia. La discusión sobre las políticas, cuando sean competencia del Congreso, debe salir de una dolorosa negociación entre el oficialismo y la oposición.
Sin jerarquía, y con fragmentación competitiva, el consenso opositor sólo puede darse en una negativa intensa contra el kirchnerismo, o bien en una distribución más o menos equitativa de sus despojos. Cogobernar impone a la oposición exhibir quórum en Diputados, donde cuenta con una cierta mayoría si se coloca en contraste simple con las bancas oficiales, pero también en el Senado, donde la paridad la hace depender, a la mayoría, de un puñado de senadores tan confiables como Carlos Menem o la voluble senadora santafesina Roxana Latorre o de algunos que por su conexión con sus respectivos gobernadores están sometidos a la natural influencia del Poder Ejecutivo.
Mirándolo desapasionadamente lo que sucedió esta semana en el Senado, la oposición sacó bastante barato haber vuelto manifiesta su impotencia para conseguir el quórum para desaprobar el pliego de Mercedes Marcó del Pont, luego de que la Comisión de Acuerdos, la última semana, lo rechazara por nueve votos contra seis.
El fracaso habría sido total y completo, obviamente, si el Gobierno hubiera podido aprobar el pliego de Marcó del Pont.
La seguidilla de errores opositores se inició bajo los efectos de la adrenalina segregada por la venganza contra el decretazo con el que Cristina Fernández inauguró las sesiones parlamentarias. Pasarse de la raya es siempre peligroso. Y, mucho más, cuando no se puede sostener la posición ocupada. Mensaje fatal para los propios y señal de debilidad ante un kirchnerismo que ha hecho escuela en el manejo del poder, aun cuando a veces sólo le ha servido para volvérsele en contra.La actitud negociadora del senador
Gerardo Morales fue la excusa para que sus colegas/competidores de la oposición lo trataran de cómplice, débil y funcional al Gobierno, preparándose así el escenario en el cual el fracaso para lograr el mágico número -37- y destituir a Marcó del Pont no sorprendió a nadie.
Extrañamente, la sesión en el Senado fue convocada por la oposición cuando su bala de plata, Julio Cobos, estaba inhibido de repetir el voto no positivo, ya que se encontraba en ejercicio de la Presidencia, esta vez cedida gustosamente por Cristina Fernández quien, a la inversa de lo que pasó cuando suspendió su periplo a China, viajó a la asunción del nuevo presidente chileno. ¿Exceso de confianza? ¿Presiones cruzadas?
Lo cierto es que difícilmente esta serie de maniobras de supervivencia reporten al Gobierno un incremento decisivo en su popularidad, pero desgasta políticamente a los opositores e invita a los gobernadores e intendentes a volver a tener respeto (temor) a esa maquinaria de poder que es el kirchnerismo.
A fin de cuentas, el oficialismo tiene un techo muy cercano a su  piso de popularidad, pero todavía exhibe un capital electoral que puede agigantarse ante la fragmentación y la competencia intraopositora. De este modo, por más que Néstor Kirchner insistió, en su acto de reasunción en el PJ, que su regreso a la presidencia del peronismo no tiene nada que ver con el lanzamiento de su candidatura para 2011, el resto del abanico político sí lo entendió como una reserva de lugar en la grilla de competidores, para ocuparla, sin dudas, ante la mínima posibilidad de ganar las elecciones.
A esta altura de la soirée, la oposición no peronista, al no soñar ya con poder ir a las urnas unificada, por lo menos sueña con que el peronismo la imite en su fragmentación y se presente con varios candidatos; cruza, además, los dedos para que uno de ellos sea Néstor Kirchner. La ironía se da en que con sus errores posibilita esta rehabilitación.
Una de las dudas fundamentales que encierra el 2011 es si el peronismo va a realizar -más o menos unificadamente- sus primarias abiertas, confiando el kirchnerismo en compensar con su militancia el voto “odio” que los sectores medios altos pueden dirigir hacia su contrincante, que es a lo que parece apuntar un relanzado Eduardo DuhaldeCon candidatos mediáticos à la Fort, el canibalismo está a la orden del día, y cada cual piensa en la revancha que se tomará de la pequeña o gran derrota sufrida, volviéndose todo menos interesante que un programa de chimentos de la televisión vespertina.
A la oposición -y al país- le vendría bastante mejor no quedar enredada en el de-sarrollo prematuro de una acción de gobierno o de tratar de imponer límites continuamente al kirchnerismo, sino, en cambio, abocarse a poner a consideración de la ciudadanía un horizonte de alternativas de políticas públicas.
Querer hacer gala de una mayoría que hoy no tiene en el Congreso es un error similar al del kirchnerismo cuando actúa como si tuviera la mayoría de la opinión pública a su favor.
Puede entusiasmarse con conseguir una mayoría en el Senado convocada para coparticipar el impuesto al cheque, pero no podrá consolidar un bloque opositor, máxime cuando cualquiera de esas iniciativas favorables a las gobernaciones pueden ser vetadas por la Presidencia.
Así como el Gobierno está obligado a ganar su futuro en la coyuntura presente, la oposición tiene que ganar la coyuntura presente proponiendo un futuro distinto y mejor.
Cada situación tiene sus requisitos, sus dificultades, sus amenazas y oportunidades específicas, y de nada vale adelantar ansiosamente roles.
A fin de cuentas, el kirchnerismo perdió gran parte de su capital político, en la cresta de su poderío, por errores y ambiciones propias (lo que detonó la reacción de los poderes reales) antes que por limitaciones impuestas, por el resto de las fuerzas políticas.
La tarea de la oposición es más programática que coyuntural y, en todo caso, debe estar más orientada a limitar a un gobierno que tiende a desbocarse permanentemente que a controlar los resortes del poder. La oposición debe convencer a la sociedad de que puede gobernarla provechosamente antes que pretender hacerlo por anticipado.
Hay un tiempo para sembrar y un tiempo para cosechar.

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