Newsweek // 21-04-10 // Claroscuros de América Latina

Publicado en por Opiniones Creadas

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Tras 200 años de independencia, la concepción de la democracia no está bien arraigada en la región. 
 
Por Jorge Carpizo

 

Nuestros movimientos de independencia, en América Latina, comenzaron alrededor de 1810, debido a que en casi todos los países el detonador fue el mismo: la invasión napoleónica a la Península Ibérica y los problemas jurídicos y políticos que se presentaron entonces en las colonias de ultramar. ¿En quién recaía la soberanía? ¿cuál era entonces el Gobierno legítimo? ¿no tenían los latinoamericanos el mismo derecho de luchar por su independencia que los hermanos ibéricos?
A partir de entonces, la evolución política de América Latina fue larga y accidentada, tanto como en muchos de los países de Europa Occidental, los cuales lograron establecer democracias estables con desarrollo económico y respeto a los derechos humanos unos años después de la Segunda Guerra Mundial o, en algunos casos, a finales de la década de 1970. En contraste, a partir de la Segunda Guerra Mundial, América Latina no pudo superar añejos problemas que la agobian. La democracia está poblada de claroscuros preocupantes.

Con todas las limitantes que contienen las generalizaciones, se puede afirmar que en América Latina, a partir de la Segunda Guerra Mundial, existió una ola democratizadora como consecuencia del triunfo de las potencias Aliadas. No obstante, a principios de la década de 1950 encontramos un ciclo autocrático que incluyó a países como la Argentina, Venezuela, Guatemala, Colombia, Cuba, Paraguay y Perú.

A partir de la segunda mitad de la década de 1950, algunos países volvieron a la democracia; se produjeron varios movimientos de masas con idearios de contenido social. Sin embargo, desde la revolución cubana de 1959, en diversos Estados triunfó la doctrina de la seguridad nacional, lo cual implicó la intervención del Ejército en la política. En las décadas de 1960 y 1970 sólo encontramos regímenes civiles no dictatoriales en cuatro países del área.

A finales de la década de 1970, y sobre todo en la de 1980, paulatinamente comenzaron a restaurarse sistemas constitucionales en diversos países, como Chile y Argentina. Hoy la casi totalidad de los Estados del área califica como democracias electorales, ya que los Gobiernos son resultado de elecciones, generalmente objetivas y limpias.

Lo que acontece en un país de América Latina no puede ser indiferente a los otros, no sólo por razones de fraternidad, sino también pragmáticas: los mencionados ciclos, condicionados por influencias positivas y negativas, son un hecho histórico.

Pues bien: la mayoría de las democracias actuales de América Latina son frágiles en grados diversos, dependiendo del país. En forma genérica y sin puntualización alguna, entre las principales causas encuentro las siguientes:

- Las democracias electorales, con sus excepciones, fueron incapaces de enfrentar con éxito la lucha contra dos grandes lacras sociales: la pobreza y la insultante desigualdad. Una de las tareas más urgentes es generar alternativas que permitan aminorar las asimetrías en la distribución del ingreso y de la riqueza en América Latina.

- La concepción democrática no se encuentra completamente arraigada. La mayoría de los habitantes de América Latina considera que es más importante el desarrollo económico que el sistema democrático, lo cual es lógico en razón de que la mitad de los habitantes de la región se encuentra en la pobreza y la pobreza extrema.

- La corrupción y la impunidad, aunadas al desprestigio de los partidos políticos y de la clase política,  impulsaron, en varios países, el regreso de gobiernos populistas.

- El desprecio al Estado de Derecho. Todos quieren que se aplique la ley al vecino pero no a él ni a su familia y amigos.

- El “hiperpresidencialismo” como resultado de la excesiva personalización del poder y la fragilidad de los otros poderes. La sombra del autoritarismo nos amenaza de nuevo, con la consecuente pérdida de libertades, como las de expresión y reunión.

- Si los años de crecimiento económico pujante no aminoraron, como regla general, las tensiones sociales, esta nueva etapa de problemas económicos o crecimiento económico débil, de desempleo y aumento de la pobreza puede, en algunas naciones, originar inestabilidad política y estallidos sociales. El desarrollo económico y los derechos sociales no avanzaron a igual ritmo.

- El Estado se debilitó, y los espacios que perdió fueron suplidos por poderes de hecho o corporaciones transnacionales que sólo actúan en beneficio de sus intereses.

- La despolitización militar no es completa; muchos Ejércitos consideran que su misión fundamental es preservar valores y bienes que revisten carácter permanente y esencial. La mayoría de los Ejércitos aceptan su subordinación al poder civil; pero, al mismo tiempo, aumenta su intervención en ámbitos que no les son propios, como la seguridad y los servicios públicos.

- La nueva corriente reeleccionista presidencial, que comenzó en 1993 con Alberto Fujimori, de Perú, fue seguida por otros ocho países con diversos procedimientos y matices, desde la reelección indefinida en Venezuela hasta la posibilidad de dos reelecciones sucesivas, como se discutió hasta hace semanas en Colombia. Así, se quebró uno de los principios constitucionales más importantes de la región: la no reelección presidencial para el período inmediato.

- El embate, en varios países, del crimen organizado contra las instituciones públicas. O su infiltración en gobiernos, elementos de seguridad, partidos y elecciones.


América Latina, entonces, se enfrenta a retos gigantescos, pero no mayores a los que existían en las décadas de 1960 y 1970. Hoy debemos luchar para que no haya retrocesos, sino avances, en la vocación de ir resolviendo los problemas que tenemos.

En América Latina, los científicos sociales no podemos darnos el lujo de jugar el juego de abalorios. Al contrario: con nuestros instrumentos académicos, debemos denunciar y realizar propuestas, y hasta servir para lograr consensos que fortalezcan nuestros sistemas democráticos, la defensa y la protección de los derechos humanos y sociales, el reforzamiento del patriotismo. Que la justicia social sea una realidad y no una declamación.

Dos siglos de independencia latinoamericana, de los cuales tal vez, según sea el país, se vivió 50, 40, 30 ó menos años bajo un régimen democrático-constitucional. Los habitantes de esta región debemos esforzarnos, unirnos, tolerarnos y tener fe en los ideales para crear proyectos nacionales que construyan verdaderos Estados constitucionales democráticos y sociales en el futuro inmediato.                                                        n   
  
 
* Carpizo es jurista y político mexicano, ex Secretario de Gobernación y autor de 17 libros.

 


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