Revista Debate // 28-08-09 // Los límites políticos de la derecha macrista

Publicado en por Opiniones Creadas

DUDAS, CONTRAMARCHAS Y RETROCESOS

Por Edgardo Mocca

La magnitud del retroceso electoral del oficialismo ocultó otros fenómenos muy relevantes ocurridos en la elección legislativa del pasado 28 de junio; entre ellos la fuerte pérdida de apoyos electorales del macrismo en la Ciudad de Buenos Aires. El oficialismo porteño pasó del 45 por ciento de los votos obtenido en la primera vuelta de la elección de jefe de gobierno en 2007 (ascendería a 70 por ciento en el ballottage) a 31 por ciento en la reciente votación. Una rápida desilusión respecto del liderazgo del político-empresario o, por lo menos una temprana demanda de cambios parece insinuarse en el electorado porteño.
Las interpretaciones electorales en términos exclusivos de corrimiento hacia la izquierda o hacia la derecha de la sociedad porteña aparecen algo superficiales. Ni la elección de Macri en 2007 puede entenderse como una revolución conservadora en la Ciudad, ni el sorprendente desempeño de Pino Solanas hace un par de meses constituye un espectacular giro a la izquierda. Es un electorado volátil, poco fiel a partidos y a figuras, que tan fácilmente construye escenarios políticos como los destruye.
En ese sentido, parece que en el campamento macrista hay dificultades para interpretar el proceso que atraviesa su proyecto político. La lógica oficial porteña tiende a combinar un alto perfil en materia de definiciones políticas nacionales con una muy modesta performance en materia de gestión pública. Lejos de la sobreoferta electoral en materia de cambios significativos, el macrismo luce abroquelado en una estrategia de victimización: casi nada de lo mucho que prometió se puede hacer porque el gobierno nacional no colabora.
Las marchas y contramarchas son permanentes. Son numerosos los proyectos de intervención urbanística del gobierno porteño rechazados por diferentes grupos de vecinos. No se hizo nada respecto del transporte subterráneo. Un largo conflicto con los docentes reveló que lo que faltaba para encararlo adecuadamente no era plata sino política. Igual que el conflicto sobre el uso exclusivo de carriles de algunas avenidas por el transporte público, en el que la rebeldía de los taxistas y la falta de capacidad política del gobierno malograron todo el sentido de la iniciativa.
Da la impresión de que el gobierno de Macri no alcanza a distinguir la lógica empresaria de la gestión política. Interpretaron el respaldo electoral como cheque en blanco, cuando en realidad fue más bien el resultado del descalabro y la fragmentación del espacio autodenominado “progresista”. En consecuencia, subestiman los condicionamientos políticos de la gestión, confían en el apoyo de las mayorías silenciosas y desechan el diálogo y la negociación política. Así se autoperciben rodeados de escollos y de enemigos que abarcan un amplísimo espectro, que va desde el gobierno nacional a las organizaciones barriales, gremiales y de derechos humanos.
Con la renuncia del jefe de la nueva policía porteña, Jorge “Fino” Palacios, se cierra un episodio crucial de este proceso. La promoción de este personaje identificado con las peores prácticas policiales, y hasta sospechado de compromisos con los autores del bárbaro atentado contra la AMIA, pareció un gesto de audacia de la administración macrista y terminó revelando, una vez más, improvisación y confusión política.
Macri, que dio el salto hacia la política grande ocultando compromisos políticos e ideológicos con la derecha, presentándose como un buen administrador dispuesto a rodearse de gente capaz y operativa, termina sincerando de la peor manera sus concepciones más profundas respecto de la sensible cuestión de la seguridad ciudadana. Los anuncios de la disposición del gobierno porteño a impedir movilizaciones “no autorizadas” permiten captar la naturaleza ideológica de la designación de Palacios.
En las mismas horas en que se producía el desenlace de la situación del jefe policial, el jefe de gobierno fatigaba micrófonos y cámaras de televisión con declaraciones respecto del histórico fallo de la Corte Suprema que despenaliza de hecho el consumo de marihuana. Hablaba en términos fuertemente ideológicos; algo así como un neocon republicano o un Berlusconi recién desembarcado en estas latitudes. Algo parecido sucede cada una de las muchas veces que el gobierno nacional adopta medidas que tienden a dividir el territorio entre derecha e izquierda. Macri se coloca rápida y visiblemente en el hemisferio derecho.
Parece que el equipo de la centroderecha porteña ha elegido la estrategia de la nacionalización de la figura de su jefe. Lo imaginan triunfalmente subido a la marea antikirchnerista, como la figura más conspicua de un nuevo ciclo de la política argentina caracterizado por un ascenso explícito de la derecha. Intuyen la amenaza de un reverdecimiento del viejo bipartidismo peronista-radical, que los dejaría en los márgenes del sistema político, tal cual ocurrió en el pasado con más de una experiencia de construcción de una derecha independiente (y también de izquierda independiente).
Las públicas tensiones en la alianza Unión-PRO en el territorio de la provincia de Buenos Aires no deberían ser vistas al margen de estos movimientos. Ya en la campaña reciente salió a la luz la diversidad de concepciones de construcción política que anidan en el seno de la coalición. La ofensiva desperonizadora del macrismo -que llegó hasta una numerosa borratina de candidatos peronistas de las listas ya acordadas- tiene detrás de sí la idea de que el avance macrista está ligado a la “nueva política”, desprendida de todo compromiso con estructuras e identidades del pasado. Felipe Solá ha dado insoslayables muestras de que no acompaña este camino y que, en cambio, se prepara para disputar el territorio del peronismo provincial y eventualmente nacional.
El proyecto de una derecha “pura”, o por lo menos no totalmente colonizada por las estructuras de los dos grandes partidos tradicionales necesita que las divisiones en el peronismo no puedan ser tramitadas en unidad. Cuanto mayor sea la fragmentación del PJ resultante de las actuales tensiones, mejores serán las posibilidades del macrismo de reclutar dirigentes y sectores del partido sin hacer, a cambio, mayores concesiones.
El problema es que Macri gobierna la ciudad de Buenos Aires y las cosas no le están yendo bien. Para proyectarse como candidato presidencial en 2011 necesita revertir el deterioro en el propio territorio y, simultáneamente, tejer una trama de alianzas en el plano nacional. Ninguna de las dos metas aparece sencilla. Si su liderazgo sigue creyendo que el camino es el de la ideologización neorrepublicana enancada en los sentimientos antikirchneristas de amplias franjas de la clase media, el proyecto de la derecha puede encontrarse con dos rocas duras de la historia política argentina: los cambiantes humores de la sociedad porteña y el peronismo.

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