Buenos Aires Económico // 21-07-09 // El diálogo político

Publicado en por Opiniones Creadas

21-07-2009 /  Reflexiones en torno del resultado electoral
 
Por Ricardo Forster
 
La escena política abierta con los resultados electorales del 28 de junio constituye, de por sí, un desafío para cualquiera que intente dibujar alguna cartografía para orientarse en relación con los tiempos por venir. Más allá de lo inesperado que pudo resultar la derrota del kirchnerismo en su principal bastión, ese que parecía inexpugnable para cualquier alternativa proveniente de fuera del peronismo (aunque si miramos hacia atrás y nos alejamos un poco de las demandas asfixiantes del presente no resulta arduo recordar que ese bastión fue capturado, al menos por un cierto tiempo, en varias ocasiones), lo cierto es que la debilidad que hoy muestra el gobierno no nació pura y exclusivamente de la derrota electoral.
Reducir sus incertidumbres actuales a un par de puntos de diferencia con De Narváez, imaginar que invirtiendo los guarismos la situación sería completamente diferente es, así lo creo, pecar de una alta dosis de ingenuidad.
La derrota del 28/6 (que incluyó, eso no hay que dejar de señalarlo, a los principales distritos del país y que atravesó como un huracán a las ciudades más densamente pobladas mostrando la enajenación generalizada, respecto del gobierno, de las clases medias que ya se habían insinuado en la elección presidencial del 2007) vino a poner en evidencia una serie de problemas estructurales que condujeron a este momento de encrucijada y de extrema debilidad.
Por eso resulta indispensable, más allá de responsabilizar a la alianza agromediática por la permanente horadación y por la continuidad de sus acciones destituyentes a las que se plegaron alegremente otras corporaciones junto con la mayor parte de la oposición parlamentaria, analizar sin complacencias y con rigor crítico lo que, en el kirchnerismo, terminó por favorecer el avance de la derecha restauracionista
Un primer elemento para aproximarnos a la comprensión de la escena actual es destacar la inocultable impericia que, casi desde un inicio, mostró el gobierno ante los nuevos desafíos cultural-mediáticos.
Nunca alcanzó a visualizar que, entre otros rasgos clave de la época, lo que se fue rediseñando en un sentido cada vez más profundo y decisivo fueron los núcleos mismos de los imaginarios sociales, núcleos cautivados, como nunca antes en la historia contemporánea, por los lenguajes del espectáculo y de la información.
Lenguajes que fueron desplegando las lógicas emergentes de un nuevo sentido común fuertemente alejado de los antiguos modos de concebir la vida y que siguieron mostrando con toda su potencia la permanencia, entre nosotros, de los valores dominantes durante la década del noventa.
Esos valores (sostenidos sobre la construcción de un individualismo arrasador de prácticas de solidaridad y de reconocimiento sociales; afirmadores de la verdad última emergente del mercado y de sus leyes sacrosantas; deudores del dominio exponencial de las gramáticas de la competencia y del éxito que se asociaron a la definición de un nuevo personaje de época: el ciudadano consumidor, ese que colocó sus intereses autorreferenciales, su propio bolsillo por encima de cualquier otra demanda hasta oponer esa nueva subjetividad egoísta a cualquier práctica de reconocimiento del otro) que parecieron desdibujarse con la crisis del 2001 regresaron, con particular virulencia, durante el conflicto alrededor de la resolución 125.
El kirchnerismo creyó que los números de la economía, números excepcionales, alcanzaban para seguir dominando la escena electoral; lo que no comprendió es que, por debajo y por detrás de esa visión optimista y algo ingenua de la economía, lo que se desplegó fue algo que lo tomó de sorpresa, una sorpresa de la que todavía no ha logrado reponerse: las clases medias, supuestamente beneficiarias del crecimiento económico a tasas chinas, se hacían eco, de un modo cada vez más creciente y generalizado, de las retóricas hipercríticas que, desde al menos el segundo semestre del 2006, descargaron como si se tratara de un bombardeo generalizado los grandes medios de comunicación.
Extraña lección la que se puede sacar de esta realidad: la dimensión cultural (asociada a eso que llamaban los imaginarios de época) adquiere un rasgo exponencial a la hora de intentar comprender lo que sucede entre nosotros. Volcarse hacia una lógica economicista, creer que una leve inclinación neodesarrollista podía alcanzar para cautivar a esos sectores medios, constituyó uno de los grandes errores del gobierno.
Si algo caracteriza a las clases medias es su instantánea capacidad de olvido y su, no menor, capacidad para identificarse con los sectores que concentran el verdadero poder junto con una tendencia, muy propia de su sensibilidad, a reivindicar los lenguajes de la “virtud republicana”, esos que se asocian con las críticas de la “corrupción” del poder político y que le devuelven, a esas mismas clases medias, una visión virginal y virtuosa de sí mismas.
El kirchnerismo no pudo, una vez que la alquimia astutamente desarrollada por los grandes medios de comunicación logró fusionar el retorno de la inflación, la manipulación de los datos del Indec, el supuesto hegemonismo autoritario de Kirchner y el fantasma de la expropiación chavista, remontar esa estrategia de horadación que viene desde mucho antes de que la mesa de enlace se lanzara a su aventura destituyente.
Así como nunca logró, salvo en un primer y fugaz momento, cautivar a las clases medias, tampoco logró construir nuevos puentes entre la política (que hizo muchísimo por revitalizar después del salto al abismo producido por la caída de De la Rúa) y los sectores populares.
Su impericia (cuando no, y esto es más grave, su falta de decisión) para recrear una base de sustentación social que sostuviera un innegable proceso de transformaciones económicas y políticas se fue profundizando una vez que se descartó, por insuficiente, el proyecto de la transversalidad.
El kirchnerismo nunca pudo sortear sus movimientos espasmódicos y su falta de capacidad para producir entusiasmo entre los más postergados de la sociedad. Le faltó el lenguaje de la interpelación, ese que posibilita un ida y vuelta entre un proyecto que se quiere emancipador y los sectores populares.
Nunca logró mostrar el hacia dónde y eso sin dejar de reconocer que su irrupción en la historia argentina constituyó algo excepcional, algo que vino a conmover la continuidad arrasadora de los poderes tradicionales. La densidad y la complejidad del desafío encarado por Kirchner primero, y luego por Cristina Fernández, no se complementó con esas narrativas previas capaces de acompañar lo que iba desplegándose en el terreno de los hechos.
Esa falta de empatía, esa incapacidad para recrear mito en el interior de la política, explica, entre otras cosas, que un De Narváez pudiera disputar el voto de los más pobres.
Éstas son apenas líneas tiradas para intentar describir algunos de los motivos que condujeron a esta inflexión dramática en la escena argentina; no quieren ser el único acceso a lo que sucedió y no deja, ni quiere hacerlo, de señalar que la derrota electoral no borra la excepcionalidad que representó (y que quizá pueda seguir representando) el kirchnerismo.
Una excepcionalidad que pudo torcer un rumbo prefijado desde 1976 y que reabrió el entusiasmo por una política emancipadora rescatando del olvido a esa misma tradición duramente sometida en las últimas décadas. En el interior de esa anomalía (allí donde también logre abrirse a otros actores políticos y sociales y sea capaz de procesar críticamente la derrota) siguen persistiendo las posibilidades de transformación en un sentido popular y democrático.

 

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